Borges, el Inmortal
Luis Navarro
Arteaga
“Bebí como se abrevan los animales.
Antes de perderme otra vez en el sueño y en los delirios...” Dice Marco
Flaminio Rufo, tribuno militar de una de las legiones de Roma al convertirse en
El Inmortal, personaje principal del cuento homónimo escrito por Jorge Luis
Borges y publicado en 1947 en el libro El Aleph. Impedir la muerte es doloroso
y es inútil, nos dice el escritor argentino en este relato impresionante en el
que todos aquellos que han tomado de las aguas oscuras la inmortalidad, buscan
afanosamente otra fuente que revierta el hechizo y haga mortales a esos
condenados a vivir.
Jorge Luis
Borges, para ser inmortal, no necesitó viajar por el mundo en busca de la
fuente de la eterna juventud, sino que abrevó en la biblioteca de su padre y se
puso a escribir sobre laberintos, venganzas, seres que no podían olvidar o
puntos de vista donde se puede mirar el mundo entero. Físicamente abandonó el
mundo hace 31 años, pero su palabra -su alma, su mirada, su pensamiento- se
quedó, fresca, poderosa e inteligente, para la eternidad.
Siempre he creído
que Borges comparte con Juan Rulfo, la cúspide de la cuentística de la lengua
española, pero con Alfonso Reyes -amigos durante tres décadas- la lucidez y la
excelsitud de su discurso. El autor de El Aleph nació en Argentina el 24 de
agosto de 1899 y murió en Ginebra el 14 de junio de 1986, pero es de esos
hombres que, en realidad, su legado los mantiene tanto o más vivos que muchos
de nosotros, es decir que él ha obtenido por su excelso trabajo, su imaginación
desbordada y su prosa precisa, la categoría de
inmortal.
Para muchos lectores resulta un
narrador difícil, algo enredado, pero tenía la característica de exigir al
lector un ejercicio intelectual similar o mayor al que él mismo había hecho
para construir esos relatos impecables, como Emma Zunz, o para tejer ese cuento
de horror -al menos para mí lo es- en el que un solo hombre puede recordar un
día entero, pero para ello necesitaría una jornada precisamente de 24 horas:
Funes, el memorioso o para imaginar que el mundo existen pequeños espacios en
los que se puede mirar TODO el mundo.
Difícil -tal vez- pero su brillantez
intelectual nos sorprende, sus juegos mentales, su acervo bibliográfico (real y
ficticio) lo muestran ante los ojos del lector como un erudito portentoso, sin
embargo, nunca apabullante. Bueno, si se ha leído poco, resulta abrumador, pero
siempre admirable.
Borges -eso sí-
no concede, hay que pensar, pero como recompensa nos hace maravillarnos de la
realidad, de la fantasía, de la imaginación, asombra el Jardín de los Senderos
que se bifurcan relato en el que nos
habla de los diferentes planos en los que pueden acontecer los hechos de la
vida cotidiana, de las distintas realidades de la literatura y de cómo es
posible que tengamos una visión limitada del tiempo y el espacio, de cómo en el
caos hay un orden.
El pensamiento de
Borges aún palpita en sus libros, vive. Nos deja muchas preguntas a resolver,
nos toma de la mano y nos hace pensar. Borges sigue vivo. Dicen muchos que se
adelantó a su tiempo e inclusive que ya pensaba en herramientas como la
Internet (en la que existen enormes bibliotecas o portales luminosos en los que
se puede observar TODO el mundo) que es eso lo que relata en El Aleph relato en
el que un hombre puede acceder a todos los lugares del planeta y puede verlo
todo como si fuera una especie de dios bouyerista y silencioso.
¿De dónde obtuvo
este hombre tanta erudición? Es claro que de la biblioteca de su padre, Jorge
Guillermo Borges, abogado, autor de una novela y afectado por la ceguera; de su
viaje a España donde fueron a parar los Borges para tratar el mal del papá, de
su viaje a Suiza para evitar la Primera Guerra Mundial, de su regreso y
redescubrimiento de su Argentina natal. Los libros fueron para Borges esa
fuente de la que bebió la inmortalidad, los libros leídos y los libros escritos
por él y por la obra de otros, como la de Julio Cortázar -pienso en Continuidad
de los Parques-, quien alguna vez reconoció su deuda con El Jardín de los
Senderos que se bifurcan. Y es así, como Jorge Luis Borges se hizo eterno.
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